El 3 de diciembre se conmemora, desde que fue acordado en 1946 por la Confederación Médica Panamericana, el Día Internacional del Médico, que reivindica el aporte del médico cubano Dr. Carlos J. Finlay, al descubrimiento del Aedes Aegipty como trasmisor de la Fiebre Amarilla.

por Dr. Antonio L. TurnesSindicato Médico del Uruguay

Dr. Carlos J. Finlay

Aquí van algunos datos relativos al destacado médico, aportados por el Dr. Ricardo J. Caritat, ex Secretario General de la Confederación Médica Panamericana, y por quien suscribe, lo que permitirá valorar el aporte que efectivamente este médico hizo en el siglo XIX al conocimiento de una enfermedad trasmisible de alta prevalencia en la región de América Central y el Caribe, y que impidió por más de 20 años que se hiciera posible la construcción del Canal de Panamá. Como es frecuente que al conmemorarse esta fecha, no se disponga de antecedentes sobre sus orígenes, me pareció oportuno compartir con Ustedes esta información.

Un saludo cordial,

Dr. Antonio L. Turnes

Montevideo, Uruguay


Aedes aegypti: principal vector del virus de la fiebre amarilla.

Carlos Juan Finlay nació en la ciudad de Camagüey, Cuba, el día 3 de diciembre del año 1833. Fueron sus padres, Eduardo, escocés, e Isabel de Barrés, francesa. Es, por consiguiente, como el otro gran antillano, Alejandro Hamilton, vástago ilustre de dos grandes nacionalidades: Francia y Escocia. En la primera infancia aún, pasó con su familia a la Habana, residiendo hasta la edad de once años en esta capital y en Guanímar, donde poseía su padre uno de los cafetales que por aquella época enriquecían y hermoseaban la zona de Alquízar. Allí la vida del campo probalemente despertó en él la vocación por los estudios de la naturaleza, mientras que recibía, al mismo tiempo, esmerada educación de su tía Ana, que hubo de dejar una escuela que tenía en Edimburgo para venir á vivir al lado de su hermano.

A la edad de once años, en 1844 fue enviado a Francia donde prosiguió su educación escolar en el havre hasta el año 1846, en que tuvo que regresar a Cuba por haber sufrido un ataque de corea. Esta afección dejó en él la huella de cierta tartamudez de que curó por una enseñanza metódica que instituyó su padre, sin que haya desaparecido nunca por completo cierta lentitud y dificultad que caracterizan su lenguaje hablado y que parecen proceder más bien de la mentalidad que de un defecto de articulación. Volvió a Europa en 1848, para completar su educación en francia; pero la revolución de aquel año le obligó á permanecer en Londres, y cerca de un año en Maguncia. Ingresó por fin en el Liceo de Rouen, donde prosiguió sus estudios hasta el año 1851, en que tuvo que volver á Cuba a convalecer de un ataque de fiebre tifoidea.

Se trató entonces de hacer valer sus estudios hechos en Europa con el fin de ganar el bachillerato e ingresar en la Universidad de la Habana para el estudio de la medicina; pero no siendo esto posible, tuvo que pasar a Filadelfía donde no se exigía, para cursar los estudios médicos, grado alguno de facultad menor. Cursó, en Filadelfía, la carrera de medicina, doctorándose el 10 de marzo de 1855, en el Jefferson Medical College, plantel donde habían estudiado antes Brown Séquard y Marion Sims. Entre los profesores de aquella facultad, el que parece haber más honda impresión en la mente del joven Finlay, fué John Kearsly Mitchell, el primero, tal vez en enunciar y mantener de una manera sistemática, la teoría microbiológica de las enfermedades. El hijo de este profesor, hoy el famoso S. Weir Mitchell, recién llagado entonces de París, de las aulas de Claude Bernard, como preceptor particular del joven cubano y profesor auxiliar en la escuela fildelfina, debió de influir también favorablemente en el desenvolvimiento del genio de nuestro paisano. Establecióse entre los dos una buena amistad que se ha mantenido hasta la fecha. Fué Finlay, me escribe el doctor mitchell, el primer alumno que tuve, y dirigí sus estudios durante tres años.

En vano le insté para que se estableciese en Nueva York donde residían á la sazón muchos españoles y cubanos, consejo que, por fortuna, hubo de desantender. El Dr. Finlay revalidó su título en la Universidad de la Habana el año 1857.

Domina en la familia de los Finlay, según le he oído a nuestro biografiado, un espíritu de aventuras. Su padre ejerció la medicina en diversos lugares y países, y uno de sus tíos combatió por las libertades americanas en los ejércitos de Bolívar.

Recién graduado, en 1856, pasó Carlos J. Finlay a Lima, con su padre, y después de probar fortuna durante algunos meses, volvió a la Habana. De nuevo repitió la tentativa en el año siguiente con el mismo resultado. En 1860-61 estuvo en París, frecuentando las clínicas de los hospitales y dedicándose a estudios complementarios. En 1864, intentó establecerse en Matanzas, experimento que duró también pocos meses. Dondequiera que iba, dedicábase al ejercicio de la medicina en general, especializando algo en la oftalmología. Casó el Dr. Finlay en la Habana, el 16 de octubre de 1865, con la Srta. Adela Shine, natural de la Isla de Trinidad, mujer adornada de notables dotes intelectuales que, con tierna fidelidad, puso siempre al servicio del esposo El matrimonio ha constituído una familia respetabilísima por todos conceptos en la sociedad habanera. Además de los viajes ya mencionados, el Dr. Finlay salió de Cuba en junio de 1869, para visitar con su esposa el lugar del nacimiento de ésta, la Isla de Trinidad, y retornó a la Habana en diciembre del mismo año. Pasó también los últimos meses del año de 1875 en Nueva York por la salud de su esposa. En el año 1881, fue a Washington como representante de Gobierno colonial ante la Conferencia Sanitaria Internacional allí reunida y escogió aquella ocasión para enunciar por primera vez su teoría de la transmisión de la fiebre amarilla por un agente intermediario.

Al estallar la guerra hispanoamericana, el Dr. Finlay, que tenía entonces sesenta y cinco años, pasó a los Estados Unidos a ofrecer sus servicios al Gobierno americano, é insistiendo con su amigo el Dr. Sternberg, Jefe entonces de la Sanidad militar, tuvo éste que enviarlo a Santiago de Cuba, donde hizo vida de campaña con las tropas sitiadoras, manteniendo, como lo hacía en todas las ocaciones oportunas, las ventajas que a las mismas reportaría la aceptación de sus opiniones sobre la transmisión de la fiebre amarilla.

Al volver a la Habana en el año 1898, el Dr. Finlay se dirigió a los oficiales de la Sanidad Militar americana, el Gobierno y la Prensa médica de los Estados Unidos, proponiendo su nuevo plan de campaña contra la fiebre amarilla, el mismo que, aceptado más tarde, hubo de desarraigar en nuestro territorio la secular endemia.

Hermoso espectáculo, que no olvidará el que esto escribe, fue la recepción que hizo el Dr. Finlay a las comisiones científicas que vinieron, a la sombra del nuevo pabellón, a estudiar la fiebre amarilla. Con entusiasmo generoso explica sus doctrinas, mostraba sus copiosas notas, sus experimentos, sus aparatos, sus mosquitos, y se ofrecía para coadyuvar en cualquier forma a las experiencias que se hiciesen.

El Dr. H. E. Durham que, con el Dr. Walter Myers, pasaba en Comisión de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool a estudiar la fiebre amarilla en el Brasil, se detuvo algunos días en la Habana e informaba a su escuela en los términos siguientes: Es un hecho incontrovertible que el Dr. Carlos Finlay de la Habana, fué el primero en establecer la experimentación directa para probar sus ideas sobre el papel que desempeña el mosquito en la transmisión de la fiebre amarilla. Su método consitía en alimentar al mosquito con sangre de casos de fiebre amarilla antes del sexto día de la enfermedad y aplicarlos después, con un intervalo de 48 horas a 4 ó 5 días, a personas susceptibles. Su idea era producir una infección ligera con el objeto de obtener la immunidad. En una agradable conversación que tuvimos con el amable doctor el 25 de julio de 1900, nos informó de numerosos detalles de sus experimentos comenzados en el año 1881…La clase de mosquito escogido por el Dr. Finlay para sus experiencias era el Stegomyia fasciata, que él llamaba Culex mosquito. Hubo de fijarse en esta especie por ser el mosquito de las ciudades. Igual acogida tuvo la Comisión de médicos de ejército americano a la cual entregó él mismo los mosquitos con que comenzaron las experiencias que habían de confirmar definitivamente la doctrina que venía sosteniendo desde veinte años atrás.

¡Con qué generoso interés siguió las experiencias de esta Comisión, reconocido desde luego la imperfección de sus propios métodos, admirando con candor infantil los procedimientos nuevos bacteriológicos y los resultados demonstrativos que se iban obteniendo, admiración de la obra en sí y que, com demnstraciones de verdadero afecto, extendía a los protagonistas de la obra, los miembros de la Comisión, y los individuos que se presentaban a las inoculaciones!

En el año 1902, al terminar la primera intervención americana, el Gobierno de la República, por indicación del Dr. Diego Tamayo, Secretario de Gobernación, hizo justicia a nuestro ilustre compatriota, nombrándole Jefe de Sanidad de la República y Presidente de la Juanta Superior de Sanidad. Después de esta fecha de sus comarcas eran producidas por las picaduras de mosquitos, y los escritos de Nott, Beauperthuy y King.

El que siga estos autores cronológicamente puede imaginarse, a primera vista, que está siguiendo el proceso de evolución de una gran doctrina; pero pronto se encuentra encerrado en un círculo vicioso que le vuelve a traer a los negros de África; ninguno tocaba en la clave del problema – la transmisión de un parásito del enfermo al sano.

Parece, por un momento, que Beauperthuy, por lo menos, señala la especie de mosquito, “el zancudo bobo, a pattes rayées de blanc” como el culpable de la infección amarilla; pero estudiando bien su obra, se verá que ni el mosquito de Beauperthuy es la estegomía, ni tampoco lo señaló él como agente productor de la fiebre; al contrario, lo desechaba por ser un mosquito casero, precisamente la razón en que se fundaba Finlay para escogerlo entre todos los demás; el francés imaginaba algo que pudiese traer la fiebre de los pantanos y de las materias en descomposición; el cubano veía la transmisión de hombre a hombre; ahí está la diferencia fundamental: aquello era una quimera, esto era la verdad.

No es sólo en el campo de la fiebre amarillo que el Dr. Finlay se hace acreedor a la gratitud universal. La inventiva de su claro ingenio descubrió, o dio forma práctica, a la solución del problema del tétanos infantil. En el 1903, el Dr. Finlay fijó su atención en este importante asunto y, con una precisión verdaderamente admirable, sugirió al Dr. Dávalos que examinase bacteriológicamente el pabilo que el pueblo usaba para la ligadura del cordón umbilical.

La investigación dio por resultado que, efectivamente, esta cuerda suelta de algodón era un nido particularmente rico en bacilos del tétanos. En aquel mismo año sugirió el Dr. Finlay la preparación de una cura aséptica para el ombligo, la cual, desde entonces, viene distribuyéndose gratuitamente, en paquetes cerrados, por el Departamento de Sanidad, habiéndose reducido, en consequencia, la mortalidad por el tétanos de 1,313 en el año 1902 a 576 en el año 1910.

La laboriosidad del Dr. Finlay es pasmosa. En medio del trabajo constante de su prefesión y de la producción frecuente de escritos sobre asuntos de Patologiá y de Terapéutica, en los que se adelanta generalmente a sus compatriotas, como puede verse en sus trabajos sobre la filaria y el cólera, encuentra tiempo por ejemplo, para descifrar un antiguo manuscrito en latín, haciendo acopio de datos en fuentes históricas, heráldicas y filológicas para comprobar que la Biblia en que aparece el escrito hubo de pertenecer al Emperador Carlos V en su retiro de Yuste, o trabaja en la resolución de problemas de ajedrez, de altas matemáticas o de filología; o elabora complicadas y originales teorías sobre el Cosmos, en las qué figuran hipótesis atrevidas sobre las propiedades de las substancias coloideas y el movimiento en espiral. Más recientemente, en medio de la labor mecánica y cansada de una gran oficina del Estado, y cumplidos ya los setenta años, se familiariza, hasta conocer a fondo toda la doctrina de la inmunidad y las teorías de Metchnikoff, Ehrlich, Muchner, presentando su propia concepción del intrincado problema.

La designación del Gobierno para enviarle como representante al Congreso de Higiene y Demografía de berlín en 1907, espolea aquellas grandes energías y revive los estudios sobre la influencia de la temperatura en la propagación de la fiebre amarilla por su acción sobre el mosquito, estudios que, en sus principios, habían contribuido a fijar en su mente la teoría que le ha hecho inmortal. Esta fue la última producción de aquel claro ingenio, antes de que apagase su lumbre la sombra de los años. La obra de Finlay puede resumirse en muy pocas palabras; él descubrió que la fiebre amarilla se transmitía por la picadura del mosquito estegomía, y él inventó un método seguro para la extinción de la enfermedad.

Contemplando los beneficios que a la humanidad reporta la labor de nuestro compatriota, decíamos en el primer Congreso Médico Nacional: “Y si nuestra satisfacción es grande, señores, cuál no será la del hombre, tan insigne como modesto, que, por un esfuerzo intelectual que tiene pocos semejantes en la historia del pensamiento humano, hizo posible todo ese fenómeno sorprendente, ese beneficio sin igual”.

Publicado originalmente en Trabajos Selectos de Carlos J. Finlay, la Habana, 1911 RODRÍGUEZ EXPÓSITO, César: Carlos J. Finlay (1833 – 1915), La Habana, 1965: Carlos J. Finlay, médico cubano, hijo de un oftalmólogo educado en Edinburgo, el Dr. Eduardo Finlay que migró a América desde Inglaterra para ayudar al Libertador Simón Bolívar, naufragando en la Isla de Trinidad y luego radicándose en la “perla” de las Antillas donde formaría familia. Se instala en Puerto Príncipe (hoy Camagüey), Cuba, en 1831, donde nace Carlos Juan Finlay y Barrés, el 3 de diciembre de 1833. Ese 3 de diciembre se honra cada año en Cuba como el Día del Médico y el Día de la Medicina Americana, en recuerdo del “día en que nació el sabio que habría de darle vigoroso impulso a la medicina con su descubrimiento y salvar muchas vidas humanas, al par que le abría canales de expansión y progreso a la economía americana”. (Págs. 3 y 4)

DURAN, Aleida: Carlos J. Finlay salvó millones de vidas. En Internet: www.contactomagazine.com: “Estados Unidos envió en distintos tiempos cuatro misiones de estudio de la fiebre amarilla. Por razones de espacio sólo se mencionará aquí la cuarta, conocida como la U.S. Army Yellow Fever Commission, encabezada por el comandante Dr. Walter Reed e initegrada por el Dr. Jesse W. Lazear, el Dr. Lewis Carroll, ambos militares, y el Dr. Arístides Agramonte, cubano nacido en Camagüey, como el Dr. Finlay.

La comisión fue directamente a estudiar la relación entre la fiebre amarilla y el bacilo de Sanarelli, que este médico italiano había reportado en Montevideo en 1897 como causante de esa enfermedad. No había relación alguna. Y la gente seguía muriendo. Investigaron otra teoría, la flora intestinal. Tampoco. El tiempo pasaba. Los seres humanos morían. Y las comisiones americanas continuaban empeciniadas en ignorar la tesis de Finlay, más que comprobada por él.” RODRÍGUEZ EXPÓSITO, César: Op. Cit.: “

En 1881 se convoca la Conferencia Sanitaria Internacional en Washington y el Gobernador designó al doctor Finlay con los doctores Cervera y Amado para que representara a Cuba y Puerto Rico. En esta oportunidad ofreció el médico cubano las primicias de su descubrimiento, al anunciar la presencia de un agente intermediario del enfermo y la enfermedad, pero no citó el mosquito y por tanto nadie le dio crédito a sus manifestqaciones. Dijo después Finlay: “”o cité el mosquito, pues estaba realizando investigaciones y las efectué después de la Conferencia” (Pág. 8).

Finlay tuvo como maestra de sus estudios primarios a su tía Anne Finlay, que ejerció el magisterio en Edimburgo, y luego en Maguncia, Alemania. Cursó sus estudios médicos en el Jefferson Medical College de Filadelfia, graduándose en 1855. “Al declararse el estado de guerra entre Estados Unidos y España, el doctor Carlos J. Finlay se encontraba en Tampa (Florida, USA), como es natural, en contacto con la colonia cubana y los elementos que desde allí laboraban por la Independencia.

Finlay también gozó de estos entusiasmos. Y sin hablar con nadie y sin tener en cuenta que tenía 65 años de edad, se ofreció inmediatamente a su antiguo amigo el doctor George M. Sternberg, que era en aquellos momentos Cirujano General de los Estados Unidos, para incorporarse a las fuerzas que venían para cuba. Este le responde: -La patria necesita de sus servicios en el Laboratorio, no en el campo de batalla. Pero Finlay insistió: – Quiero servir a Cuba en estos momentos.

Puedo ser útil en el campo de batalla, junto a los soldados que van a la conquista de la libertad de la patria, atendiéndoles en el hospital de sangre, procurándoles mejor estado sanitario en sus campamentos. Y el general Sternberg sonrió. No podía negarse a la solicitud de Finlay y ordenó que se incorporara a la Sanidad Militar del Ejército Expedicionario Norteamericano que marcharía para Cuba. Ya alistado, se le nombró cirujano-ayudante, el día 22 de julio de 1898 y fue destinado en los Servicios de Sanidad Militar de las fuerzas de Santiago de Cuba.” (Pág. 11).

Una Comisión para estudiar la trasmisión de la fiebre amarilla, fue enviada a Cuba por el Ejército americano, presidida por el Dr. Walter Reed. “La Comisión inició sus trabajos para comprobar el descubrimiento de Finlay, pero el doctor Reed, embarcó para los Estados Unidos, dejando la labor al resto de los comisionados. Durante su ausencia se enfermó de fiebre amarilla uno de los miembros de la Comisión, que por suerte fue un ataque benigno y después otro miembro de la Comisión, el doctor Lazear, quiso comprobar en sí mismo el descubrimiento finlaísta y se dejó inocular por un mosquito contaminado, muriendo poco después como mártir de la ciencia.

¿Qué más esperaban los comisionados para dar su informe comprobatorio si en sus propios miembros tuvieron la mejor prueba? Sin embargo el doctor Reed, que estaba en Washington regresa de inmediato y quiere comprobar él, lo ya comprobado. Confirmado plenamente el descubrimiento de Finlay el doctor Reed, rinde su informe confirmatorio afirmando: “El mosquito sirve de huésped intermediario para el parásito de la fiebre amarilla y es muy probable que la enfermedad sólo se propague por la picada de este insecto”. Como se ve confirma el descubrimiento de Finlay.” (Págs. 12 y 13).

Enlaces a sitios con información sobre Carlos J. Finlay

Fuente: https://www.smu.org.uy/dpmc/hmed/historia/articulos/finlay.html


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