La gestión de activos y la inversión a largo plazo presentan una nueva tendencia basada en la búsqueda del bienestar, no solo económico, sino también social.
por EC Brands
Cuando el mundo asistía a los prolegómenos de la Gran Recesión a causa de las llamadas hipotecas ‘subprime’ o basura, denominadas así en Estados Unidos porque se concedían a personas sin solvencia, en la Fundación Rockefeller se acuñaba un concepto disruptivo en la industria de gestión de activos y que hoy empieza a calar en el sector financiero al calor del cambio climático: la inversión de impacto. Se trata de aquella que no solo busca la rentabilidad económica, sino también un efecto filantrópico en la sociedad. Dicho de otra forma, pretende lograr a través de las inversiones a largo plazo un doble retorno: social y financiero.
Dice un informe bajo el título ‘Sostenibilidad y Gestión de Activos’ de AFI que la inversión de impacto es la “suma de rentabilidades medioambiental, social y económica” y que representa un “nuevo paradigma” en la forma de hacer negocios pensando en un impacto positivo en la sociedad, no solo desde el punto de vista del calentamiento global, sino también ante la igualdad de género, la inclusión sanitaria y financiera y las buenas prácticas corporativas (gobernanza).
La inversión responsable supera ya en España más de 210.000 millones de euros gestionados, según Spainsif, y en los cinco mayores mercados a nivel mundial (Europa, Estados Unidos, Japón, Canadá y Australia) 30,7 billones de dólares americanos, según el informe Global Sustainable Investment Alliance Review de 2018.
La inversión de impacto tiene que ver con actos que buscan aportar su granito de arena al desarrollo sostenible de la sociedad
“Si bien la inversión responsable significa integrar los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) y excluir ciertos activos de las carteras, la inversión de impacto va un paso más allá. Cubre una amplia gama de objetivos sociales y ambientales complejos que apuntan a construir un futuro mejor”, define Axa IM.
La inversión de impacto no tiene que ver con cuestiones éticas, como tampoco con acciones sin ánimo de lucro, sino con actos que buscan aportar su granito de arena al desarrollo sostenible de la sociedad. Quedan excluidos, por tanto, sectores como el armamentístico, tabaco, juego, alcohol, transgénicos o pornografía. En Axa Investment Managers, incluso, los productores de carbón o de aceite de palma.
Precisamente, la responsabilidad fiduciaria de las entidades de gestión de activos es puesta en valor en el documento de Afi, que afirma que el sector se está convirtiendo en “una palanca de cambio” y destaca la autorregulación que están llevando a cabo algunas firmas: “A medida que la preocupación sostenible va teniendo una mayor incidencia en nuestra sociedad, los inversores están siendo cada vez más exigentes en cuanto a los criterios de sostenibilidad utilizados por los vehículos en los que invierten”.
Impacto en la rentabilidad
En términos de rentabilidad, la inversión responsable mejora el binomio rentabilidad-riesgo, al ofrecer un mayor control de la exposición a factores no financieros, como los reputacionales, judiciales o medioambientales, y que “acaban teniendo una repercusión directa o indirecta en los riesgos financieros de las compañías. Luego una correcta gestión de este tipo de factores ayudará a la compañía a ser más sostenible en el largo plazo”, concluye Afi.
Asimismo, existen numerosos estudios académicos que revelan que las compañías con un elevado rating ESG tienden a mostrar una rentabilidad atractiva en sus acciones y su deuda. En este sentido, el documento citado analiza la rentabilidad histórica de índices MSCI globales y regionales y los compara frente a otros con sesgo de inversión socialmente responsable para “refutar un mito que asocia las inversiones ESG con un menor nivel de rentabilidad”. Los resultados muestran cómo el índice más exigente en criterios ambientales, sociales y de buen gobierno corporativo obtiene mejores resultados que el índice de referencia en el resto de regiones.
La inversión de impacto se ha convertido, pues, en una megatendencia imparable a la que los particulares también pueden contribuir invirtiendo en compañías con criterios ESG.