Obra maestra de la literatura latinoamericana, la novela de Gabriel García Márquez abrió la puerta a nuevas formas de escribir y ha vendido más de 45 millones de ejemplares.
por Gabriel García Ochoa, Universidad de Monash
He leído Cien años de soledad de Gabriel García Márquez cinco veces.
La primera fue por recomendación de alguien y porque soy tocayo del autor; la segunda fue a mitad de mi doctorado (muy dedicado a García Márquez); la tercera y la cuarta fueron cuando enseñé la novela como parte de un curso sobre literatura latinoamericana. Más recientemente, he releído el libro a raíz de la adaptación que estrena Netflix, algo que me emociona y alarma a partes iguales.
Cada relectura significa ponerse al día con un buen y viejo amigo: recuerdo cosas en las que no había pensado en años, y hay momentos que no he olvidado y que disfruto mucho volviendo a leer.
Lo más importante de todo es que en esta última relectura me he dado cuenta de que tanto la novela como yo hemos cambiado. Hemos envejecido, pero me encantaría pensar que hemos envejecido bien.
La historia
Publicada por primera vez en 1967, Cien años de soledad transcurre en Macondo, un pueblo imaginario de Colombia basado en Aracataca, la ciudad natal de García Márquez. El libro comienza con el personaje del coronel Buendía en una de las frases iniciales más cautivadoras de la literatura del siglo XX:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
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